




Durante los últimos años he cambiado de actividad laboral en múltiples ocasiones. Terminé la carrera de medicina con el servicio social en una comunidad al sur de Zacatecas. Durante ese tiempo ejercí la carrera de medicina como siempre la había imaginado; dando atención a pacientes de un pueblo pequeño, estableciendo relaciones personales estrechas con ellos y cuidando su salud. Adquirí esta visión de labor médica a los 6 años al visitar a mi hermana Sofía durante su propio servicio social en un pueblo de Nayarit, donde la visitaba mi familia los fines de semana y la pude observar atendiendo a algunos de sus pacientes que iban en sus horas de descanso por alguna consulta. Fue ahí donde me enamoré de esa idea de la medicina y siempre quise practicarla. Sin embargo, fue al llevar a cabo esa idea, que terminé interesándome por hacer pequeños proyectos de investigación, observando asociaciones entre el estado nutricional de la población (principalmente el sobrepeso y la obesidad) y alteraciones ortopédicas como pie plano en los niños o desviaciones en la columna en adolescentes y adultos.
Hacia el final de ese año, terminé desarrollando el deseo de conocer por experiencia propia cómo se realizan los avances en la práctica médica al plantear nuevas preguntas y encontrar asociaciones en los estados de salud en la población y establecer nuevas maneras de diagnosticar enfermedades. Esto concluyó con un pequeño proyecto de investigación que posteriormente presenté en un congreso de rehabilitación. Esta experiencia me gustó y decidí hacer una estancia corxta en una compañía farmacéutica en la que hacía material de aprendizaje para médicos en rehabilitación y neurología. Esta tarea requería de la lectura constante de artículos científicos para la formación de nuevas guías clínicas. Al concluir esa estancia decidí iniciar una maestría en ciencias en la que podría dedicarme más a fondo a la construcción de un proyecto de investigación y tener práctica directa en un laboratorio de biología molecular. Desarrollé un proyecto con mi hermana en el que tratamos de identificar los mensajeros de inflamación (llamados citocinas) presentes en la osteoartritis, una enfermedad articular común en adultos mayores de 60 años y en personas con sobre peso y obesidad. Al concluir esta maestría decidí volver a la práctica médica por casi dos años y posteriormente volvía a la investigación, actividad que hago hasta este momento.
Estos cambios constantes en mi actividad laboral trajeron una crisis de identidad que solo recientemente pude conciliar. El efecto de esta crisis fue que constantemente me sentía fuera de lugar, sin importar la actividad que me encontraba haciendo.
Durante los años pasados me dediqué constantemente a adoptar metas que mis supervisores me ayudaban a acotar y trataba de cumplirlas en la mejor de mis posibilidades. Estas usualmente eran metas algo vagas como definir mi proyecto de investigación, generar una buena pregunta de investigación y encontrar la mejor manera de responderla. Después escribir una tesis, defenderla, conseguir un título y pasar a la siguiente misión. En cada uno de estos pasos me sentí inseguro, pues dudaba de mi idoneidad para realizar esta tarea y constantemente me paralizaba la ansiedad pues no me sentía capacitado con mi formación como médico para trabajar en un laboratorio o desarrollar un proyecto en inmunología. Mi mente era una lucha constante entre sentirme incapaz y tratar de probarme y probar a otros que si lo era.
Fijar metas fue una estrategia útil para alinear las actividades que hacía en el día a día y mis ambiciones. Sin embargo, es una estrategia un tanto hueca, pues no provee información suficiente para lograrlo y tiende a dejar de lado el método con el cuál lograremos nuestro objetivo. Todos hemos tenido la meta de ser millonarios o al menos tener suficiente dinero para vivir sin preocupaciones económicas, pero no por tener esta meta significa que lo lograremos.
Al concentrarme únicamente en las metas, me sentí constantemente inseguro de mi capacidad para realizar cada misión.
Decidí continuar con la investigación y realizar un doctorado fuera del país y adquirir el conocimiento y la acreditación para poder ser un investigador. Para ello afiné una serie de habilidades que me permitirían salir de México como perfeccionar mi inglés, mejorar mi alemán, leer información científica de manera sistematizada y construir hipótesis que pudieran ser puestas a prueba en un experimento en el laboratorio. Poco a poco, al enfocarme en mejorar cada una de esas habilidades, finalmente pude hacerlas y logré iniciar un doctorado en Berlín. Sin embargo, eso no resolvió ninguna de mis inseguridades, pues el problema de identidad seguía ahí: en mi mente, siempre fui el médico que había salido de su consultorio y que quería jugar al científico y esto me hizo sumamente inseguro.
Ahora me encuentro en el cuarto año de mi doctorado y durante los primeros tres años tuve el deseo constante de abandonarlo. Me sentía incapaz de hacer cada nueva tarea como implementar una nueva técnica en mi proyecto, usar una nueva máquina, diseñar un nuevo experimento o presentar mis avances ante una nueva audiencia. Me sentía constantemente incapacitado y como siempre, fuera de lugar.
Durante el año pasado, tuve un episodio de depresión y ansiedad que requirieron de terapia y tratamiento psiquiátrico, presenté ataques de ansiedad que se estaban haciendo más constantes y que me impedían trabajar. En mi mente cada meta parecía tan abrumadora que me paralizaba y no podía llevar los pasos necesarios para concluirla. Me encontré constantemente en un estado de angustia y fue momento de tomar una pausa y buscar ayuda profesional.
Mi terapeuta, el tratamiento ansiolítico y antidepresivo y la lectura que comencé al respecto de hábitos, productividad y estrategias de trabajo me animaron a volver al ruedo. Descubrí que era momento de dejar de pensar únicamente en los objetivos pues estos me estaban abrumando y decidí entregarme al proceso de desarrollar mi sistema de trabajo. Esto para mí significa emplear mi mente en la construcción de una rutina diaria que me permita llevar a cabo todas las tareas necesarias en mi investigación: planeación, lectura, análisis, escritura y experimentación. Cada día estas tareas tienen que ser llevadas a cabo al menos en una actividad y siempre pensando al finalizarlas cómo puedo mejorar su ejecución la siguiente vez.
Al enfocarme en la creación de un buen sistema de trabajo y practicarlo día a día he cambiado mi perspectiva. Ya no me siento en estrés constante, sino que disfruto cada pequeño paso en esta enorme caminata. Además, saber que cada día puedo volver a iniciar mi sistema de trabajo me permite pensar también con mayor calma en los errores que he cometido y en cómo resolverlos. Esto ha sido el cambio más importante, puesto que antes cada error me paralizaba y lo tomaba como una confirmación de mi falta de acreditación para convertirme en un investigador. Ahora puedo ver con calma cada error y tomarlo como una oportunidad de analizar lo que hice y aprender algo al respecto.
Todo esto sucedió, al enfocarme al proceso y no a las metas, pues sé que sin importar que encuentre obstáculos en el camino, todos los días tengo la oportunidad de volver a comenzar. Inesperadamente, el hecho de concentrarme en el proceso me hizo encontrar una enorme satisfacción física y mental, incluso puedo decir que espiritual. Cada día de trabajo puedo disfrutar de limpiar mis instrumentos de trabajo, de hacer mis experimentos con calma sin importar lo largos que sean y estar satisfecho por que mi sistema está andando cuando antes me sentía constantemente infeliz por que cada día de trabajo era un día más sin lograr mi meta.
Finalmente, este enfoque en el proceso ha traído un producto inesperado: la resolución de mi problema de identidad. Cada día que estoy presente para mi trabajo y que decido hacer mis experimentos, analizarlos y escribir al respecto es un voto para mi identidad de investigador. Cada vez que leo temas médicos en alemán es un voto para mi identidad de médico. Cada vez que analizo los errores que cometí y los discuto abiertamente con otros para encontrar una solución, es un voto para mi identidad de científico.
No estoy esperando más por tener una aprobación externa para convertirme en lo que quiero ser. Confío en el sistema y sé que mientras se mantenga andando, soy un investigador, soy un médico y soy un científico. Tengo cada día la satisfacción de estar haciendo lo mejor posible para convertirme en lo que quiero ser.
En inglés existe una frase que dice: “fake it, until you make it” o “finje(lo) hasta que lo logres”. Esta frase, a pesar de ser pegajosa y popular, siempre me ha desagradado pues en no me gusta la idea de pensar que soy un farsante hasta convertirme en alguien. La perspectiva que he compartido, ofrecida por James Clear, brinda una mejor manera de asimilar esta transición de identidad: no te conviertes en alguien al pensar únicamente en la meta sino que la transformación viene con la repetición constante de ese hábito. Entonces existe una retroalimentación positiva en este proceso: los hábitos que adoptamos nos brindan la evidencia de que estamos en el camino para convertirnos en la persona que queremos ser y al asimilar esa nueva identidad, es más probable que continuemos llevando a cabo los hábitos necesarios para esa transformación.
Literalmente nos convertimos en nuestros hábitos, nuestra identidad es la repetición de nuestra conducta. Identidem, el origen latín de la palabra identidad, de hecho, significa: “lo mismo, una y otra vez”. La razón por la que los hábitos importan más allá de cumplir meta es que nos ayudan a convertirnos en la persona que queremos ser.
Referencias:
Este post está inspirado en el capítulo 2 del libro “Atomic habits” de James Clear.
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